lunes, 15 de septiembre de 2008

LECCIONES DE GEORGIA

El reciente conflicto de Georgia tiene mucha más importancia de la que a simple vista parece: una guerra más en un país lejano y desconocido. De momento, las hostilidades están suspendidas por un frágil alto el fuego sobre cuyo cumplimiento existen discrepancias entre las partes. Ahora mismo se encuentran en el mar Negro diez navíos de la OTAN –entre ellos una fragata española– y se espera la entrada en el mismo, a lo largo del día de hoy, de otros diez (consúltese la web de la agencia de noticias Ria Novosti); es decir, la Flota rusa del mar Negro y la Armada de la Alianza Atlántica se vigilan como en los días más calientes de la guerra fría.
La Federación Rusa controla ahora mismo todo el suministro de gas y petróleo procedente de los oleoductos del Caspio. El presidente ruso, Medvédev, ha declarado que no le importa romper las relaciones con la OTAN y el primer ministro, Vladimir Putin, ha manifestado que a Rusia no le interesa entrar en la Organización Mundial del Comercio; esto es, se adelantan a las posibles sanciones diplomáticas y económicas occidentales amenazando con cortar las rutas de aprovisionamiento de las fuerzas europeas que se encuentran en Afganistán y que pasan por su territorio, amagan con un corte de suministro energético a Europa central y confían en el paraguas de los acuerdos comerciales bilaterales que tienen suscritos hasta el momento.
La acción del gobierno georgiano, basada en la creencia –compartida también por algunas cancillerías y estados mayores occidentales– de que Rusia no intervendría en Osetia del Sur, ha resultado un auténtico fiasco. Sus fuerzas armadas han sido derrotadas y ocupados puntos estratégicos importantes de su país en apenas una semana. Pero eso no es lo peor. Si el presidente Mijail Saakashvili ha actuado de motu propio, ha demostrado el peligro que supone para la Alianza Atlántica y para la Unión Europea establecer vínculos con aliados inestables. Si ha sido una operación militar en la que han intervenido asesores extranjeros –existen más de dos centenares de instructores norteamericanos y un número indeterminado de militares israelíes (vid. en suelo georgiano; una semana antes del desencadenamiento del conflicto, el ejército georgiano llevó a cabo las maniobras militares «Reacción inmediata», dirigidas por el cuartel general de la OTAN en Europa–, entonces se ha demostrado un desprecio suicida del adversario o la falibilidad de las doctrinas tácticas occidentales ante las rusas.
La situación es tan complicada que el presidente francés ha convocado para el 1 de septiembre una reunión extraordinaria de los jefes de gobierno de la Unión Europea. No se esperan resultados espectaculares. La Unión y la Alianza Atlántica se encuentran divididas. Mientras que los estados de Europa occidental optan por la contemporización con los rusos, los estados de Europa central y oriental querrían una acción más contundente. La mitad de los polacos temen una invasión rusa en los próximos años y la Unión lo único que les garantiza, de momento, es la inacción. Sin embargo, la inhibición podría llevar a que de nuevo las repúblicas bálticas y el oriente europeo volvieran a entrar, a medio plazo –llevadas por la dependencia energética y por el temor a la fuerza militar–, bajo la órbita rusa, con la consecuencia inmediata del fraccionamiento de la OTAN y de la Europa Unida.
Por su parte, Rusia ha convocado, para el 28 de septiembre, una reunión de los estados parte de la Organización de Cooperación de Shangai. Seguramente aprovechará para alinear las posiciones de Kazajstán, Kirguizistán, Tayikistán y Uzbekistán, a la par que buscará el apoyo de China. Tampoco es preciso olvidar que Irán –junto con Pakistán, India y Mongolia– asistirá como observador.
Se ha abogado por el multilateralismo en las relaciones internacionales; sin embargo, lo que se perfila es un multipolarismo. Rusia ha optado por empezar a afianzar lo que considera su zona de influencia –«el extranjero próximo»– y no ha dudado en recurrir a la fuerza. Posiblemente, en la reunión de Dusambé se esbocen un reparto de las zonas de influencia de Rusia, China e India en Asia. Ello implica también el papel que le reservarán a Irán: ¿se colmarán sus aspiraciones de pasar de ser un pivote geopolítico a ser un actor geoestratégico?
Georgia es difícilmente defendible. La OTAN se vería obligada a actuar a través de largas y difíciles líneas exteriores, mientras que Rusia opera con la ventaja de poder moverse por líneas interiores próximas. En este aspecto, la jugada rusa, bien preparada –no se mueven, se dirigen y se suministran las tropas correspondientes a un Frente de Ejércitos de modo improvisado– y ejecutada, le ha otorgado una victoria de alcance geoestratégico.
¿Será Europa consciente de sus consecuencias?

martes, 29 de julio de 2008

HOY SE FÍA, MAÑANA NO

Escena en una panadería de barrio, ayer por la mañana. La dueña se queja de que desde mediados de mes ha aumentado el número de clientes que no paga en efectivo y que solicitan que les anote a cuenta el importe de sus compras, el cual prometen que satisfarán a primeros del siguiente mes, cuando cobren su salario o el subsidio de desempleo. Le responde la esposa del propietario de un bar situado en la misma calle: también en el negocio de su marido crecen los morosos; algunos adeudan entre trescientos y cuatrocientos euros, es normal que la gente deje a deber sumas próximas a los cien euros y se lamenta de varios que no sólo no han satisfecho al inicio del mes su deuda, sino que ya ni siquiera acuden por el bar.
No es una invención, la escena es completamente real. Conforme la conversación avanza, se acaloran. Una señora adeuda en la panadería más de ciento cincuenta euros porque su esposo se encuentra en el paro desde hace un mes, el mismo que tiene un débito en el bar de cerca de doscientos. Ambas interlocutoras llegan a una solución. Hasta el día de la fecha, han fiado; a partir de ahora, no.
Dudo que puedan hacer efectivo su deseo. Perderían unos clientes fieles que, mal que bien, tarde o temprano, seguramente pagarán. Pero esta situación creo que es elocuente por sí misma.
Muestra, en primer lugar, el alcance de la crisis económica. La pérdida de poder adquisitivo de las clases medias y bajas. Se comenta la deuda hipotecaria; aunque se ignora el aspecto micro económico de la crisis. Es idéntico al sufrido en los primeros años de la década de los noventa. Aumenta vertiginosamente el número de los impagos. Azote que alcanza en primer lugar a los pequeños negocios. Muchos tendrán que interrumpir la actividad económica; todos trabajar con la conciencia que muchos de sus artículos facturados quedarán sin retribución, por lo menos a corto plazo. La solución más sencilla es subir el importe de sus mercancías, con la esperanza de que el aumento del margen de beneficios compense lo dejado de percibir. A medio plazo los efectos son más endeudamiento, subida de precios y restricción del consumo. También más cierres de negocios, más paro, más gente que compra al fiado; y vuelta a empezar en una espiral que se repite.
En segundo lugar, es curioso que los clientes del bar adeuden cantidades mayores que los de la panadería. Esto indica que un segmento de la población vive por encima de sus posibilidades y que no posee capacidad de adaptación. Acostumbrado a una bonanza económica no quiere "apretarse el cinturón", no se resigna a privarse de sus caprichos.
Dejando a parte las causas de la crisis y lo acertado o errado de las políticas gubernamentales, lo cierto que la única solución viable a nivel de consumidor aislado, lo verdaderamente existente al alcance de las economías familiares, es el consumo responsable. No adquirir más que aquello que se precisa. Olvidarse de bienes suntuosos o superfluos. Calcular la relación coste-beneficio de determinados artículos que aumentan la comodidad, pero no son necesarios para vivir. Evitar el endeudamiento. Posponer compras onerosas para tiempos mejores.
Ahora bien, cabe preguntarse si una sociedad que se ha acostumbrado al hedonismo y al lujo en una prolongada etapa de bienestar, que se ha vuelto débil, acostumbrada a la satisfacción inmediata de sus pasiones y aspiraciones, podrá emprender un consumo responsable de buen grado. Si no es así, es posible augurar un período convulso, porque "más dura será la caída".

martes, 10 de junio de 2008

GEOCULTURA

He estado consultado una de las últimas obras de Immanuel Wallerstein traducida al castellano-Geopolítica y Geocultura, Kairos, Barcelona, 2007-. Aunque se trata de unos ensayos redactados en 1991, arrojan bastante luz respecto a la conducta de los actuales gobernantes de izquierdas en Europa.
La mayor parte de los mismos proceden de la revolución de 1968. La "nueva izquierda" que se fraguó entonces se configuró esencialmente como antisistémica, contraria a la izquierda tradicional y, sobre todo, enfrentada a la sociedad capitalista.
Una de las premisas de dicha izquierda consiste en su previsión de que nos encontramos ante la fase final o terminal del capitalismo; de acuerdo a los análisis de Modelsky y la teoría de los ciclos económicos de Kondratief, el sistema mundial capitalista ha triunfado y en su éxito lleva la condena de su extinción. Asistiremos, pues, en breve, según ellos, al nacimiento de un nuevo sistema económico internacional que reestructurará todos los modelos sociales; sistema que han de esforzarse para que sea una sociedad mundial socialista. Por lo tanto, es preciso remover no sólo las estructuras e instituciones económicas, sino también las sociales: la familia, la educación, los roles personales ... Es lo que denominan la deconstrucción del sistema capitalista.
A su vez, esta nueva izquierda, no consiste en un bloque homogéneo; al contrario, se subdivide en diversas tendencias y, dada una de ellas, en varias corrientes. Como bloques, pueden identificarse, ad exemplum, el feminismo o los nacionalismos. De ahí que la izquierda aspire a englobar y a dar solución, mediante la reflexión, el debate y la acción, a todas las aspiraciones de los grupos antisistema. Será el advenimiento de la sociedad socialista el que dé respuesta a todas las inquietudes y necesidades. El problema estriba en que absolutamente nadie vislumbra en qué ha de consistir la nueva sociedad, cuáles sus principios, qué instituciones la compondrán, ni cuál ha de ser las relaciones entra ellas. No es de extrañar, pues ni los mismos movimientos feministas se ponen de acuerdo respecto al contenido del feminismo; ni los movimientos nacionalistas se han preocupado por articular cómo se integrarán los nuevos estados en una sociedad mundial interconectada en la que ya no existirá -no debe de existir- el estado burgués. Por tal motivo, el relativismo es la única solución para la acción conjunta de los grupos antisistémicos, mientras las nacientes y pujantes fuerzas sociales configuran un nuevo modelo social a escala mundial.
También se explica porqué la nueva izquierda es beligerante con el cristianismo y simpatizante del Islam. El cristianismo se considera como una superestructura ética propia del capitalismo; sin embargo la religión musulmana se identifica con un movimiento antisistema -recordemos la famosa revolución de Jomeini-. En cuanto corriente antisistémica es, por definición, anticapitalista, y la nueva izquierda tiende a encuadrarla en el bando propio. También la futura sociedad socialista, de la que nadie proporciona una pista sobre su estructura, debe dar respuesta a sus demandas.
En una palabra, la nueva izquierda quiere derribar lo que considera estructuras propias del capitalismo, para construir... ¿el qué?

domingo, 25 de mayo de 2008

EL ESPEJISMO DE LA DIPLOMACIA

¿Ha concluido la crisis de El Líbano? A juzgar por la falta de titulares en los medios de comunicación, parecería que sí. Y no es cierto; antes bien, lo que ha conseguido la diplomacia de la Liga Árabe y los extenuantes esfuerzos del primer ministro qatarí, Hamad Ben Jassem Al-Thani, es que Hezbolah accediese al nombramiento de nuevo presidente para el país en la persona del antiguo jefe de las fuerzas armadas, Michel Sleimane; candidatura sostenida, además, por su aliado, el líder del Partido Patriótico Libre, general Michel Aoun.
Por lo que concierne al resto, la organización terrorista ha logrado la mayor parte de sus objetivos: ha impedido el desmantelamiento de su red de comunicaciones, conserva a su agente como jefe de seguridad en el aeropuerto de Beirut, ha conseguido el reconocimiento de una minoría de bloqueo en el futuro gobierno y la reforma, a su favor, de las circunscripciones electorales de la capital. La cuestión de su disolución, o de sujetarse a un estatuto reglado como movimiento de resistencia controlado por el gobierno, ha sido pospuesto ad calendas graecas.
Las tan celebradas negociaciones de Doha no han apartado en absoluto el espectro de una guerra civil, ni han alejado el fantasma de otro conflicto armado con Israel; sencillamente, han paralizado, no se sabe por cuanto tiempo, un enfrentamiento entre chiíes, por un lado, y suníes y drusos por otro. La opinión más realista ha sido la del líder druso Walid Jumblat: el resultado es una simple tregua.
Esto demuestra un hecho muy incómodo, expuesto brillantemente por Edwar N. Luttwac –Para bellum. Estrategia de la paz y de la guerra, Siglo XXI (2005)–: la actual intervención de la comunidad internacional en los conflictos no los soluciona, sólo los enquista. También evidencia otro molesto aserto, sostenido hace ya medio siglo por Liddel Hart –La estrategia de aproximación indirecta, Barcelona (1946)–: la diplomacia no puede evitar los conflictos armados, solamente contribuye a la gestión de los mismos; esto es, sirve a los objetivos de la fuerza, no está pensada para sustituirla.

lunes, 12 de mayo de 2008

HEZBOLLAH ES EL ESTADO


En El Líbano, Hezbollah ya no es «un estado dentro de otro estado»; realmente, casi puede afirmarse que Hezbollah «es el estado». Cercados y acorralados sus adversarios, esta organización y sus aliados no tienen en frente rival digno de aponérseles.
Durante estos últimos días se ha asistido a la puesta en escena del poder de Hezbollah. Su milicia ha tomado el este de Beirut sin dificultad y, una vez asegurado el terreno, se dirigen hacia el noreste para batir a los drusos partidarios de Walid Jumblat.
Todo ello ante la faz de un gobierno impotente y deslegitimado.
Incapaz porque carece de la fuerza suficiente para imponer su autoridad. Sus fuerzas armadas –un conglomerado confesional escasamente cohesionado–, llamadas por el primer ministro Fourad Siniora para solucionar la crisis, han optado por aceptar la política de hechos consumados, mal llamada «conservación de la neutralidad». Pues, ¿acaso es neutral adherirse a la tesis de los rebeldes y declarar sin valor las decisiones gubernamentales relativas a la ilegalización de la red de comunicaciones instalada por Hezbollah en el sur del país y la destitución de quien, en puridad de conceptos, no debería ser sino un funcionario al servicio de su administración? ¿Es neutralidad el no enfrentarse ni interponerse ante las milicias armadas y relevar a las tropas de Hezbollah sólo cuando éstas han ocupado y asegurado un territorio, limitándose a conservar el status quo impuesto y permitiendo la recuperación y reorganización de aquéllas para poder ser empleadas contra otros objetivos?
Deslegitimado porque, por un lado, es considerado ilegal por parte de las facciones agrupadas en la coalición «Ocho de marzo», las cuales representan, dado el peso de la confesión chií, una importante mayoría de la población. Falta de legitimación dada su imposibilidad de mantener el orden, proporcionar seguridad y prestar los servicios públicos más elementales y básicos para el funcionamiento de un estado. Al contrario que Hezbollah que sí lo hace con respecto a sus partidarios.
Resulta curioso cómo los adversarios de Hezbollah tratan de disimular lo evidente. El prestigioso diario pro occidental L’Orient–Le tour hacía suyas las palabras del líder maronita Amine Gemayel: su triunfo era una victoria pírrica, dado que, al fin y a la postre, se vería obligada a negociar. La pregunta de fondo es cómo y cuándo se va a pactar. ¿Constituye una «victoria pírrica» el adquirir una posición de dominio en vista a una difícil mediación internacional, a la par que, entre tanto, se impone la voluntad propia? De momento, la reunión urgente en El Cairo de la Liga Árabe, durante este fin de semana, ha sido prácticamente inútil, salvo, parece ser, impedir que dimitiera el gabinete de Siniora, un gobierno que ejerce como tal solamente de nombre.
No es posible engañarse. Hezbollah está a punto de controlar los núcleos de población fundamentales de El Líbano. Lo que significa que un movimiento totalitario de corte teocrático domina el país; lo que quiere decir que la entente Siria–Irán controla la nación de los cedros, con la consiguiente alarma de, sobre todo, Israel; pero también de Estados Unidos y los estados árabes que, habitualmente, se denominan «moderados»: Egipto, Arabia Saudí y Jordania.
Lo sucedido en El Líbano era de prever. Es el logro de la facción más fuerte. Fortaleza que Europa –esa entelequia de estados que llamamos pomposamente Unión Europea y que no semeja sino el remedo actualizado de la Zollverein germana del siglo XIX– ha contribuido a forjar. Primero, forzando la intervención de una misión de paz de las Naciones Unidas en el sur del país que aumentaba la libertad de acción de Hezbollah. Segundo, otorgando un protagonismo y un apoyo logístico a un ejército que no se halla al servicio de ningún gobierno representativo, sino que, a cambio de sobrevivir como institución, afianza las conquistas del vencedor.
Francia ha demostrado de modo patético, una vez más, que ejerce de gran potencia sin serlo; en un báculo roto: quien se apoya en él, se cae. Por nuestra parte, el resto de los europeos deberíamos plantearnos la utilidad de costosos esfuerzos diplomáticos cuando no van acompañados de una firmeza capaz de constituir una persuasión o una disuasión verosímil.
Los estados de Europa occidental, especialmente Francia, Italia y España, pueden sentirse orgullosos. Sus desvelos políticos han abierto una puerta al Mediterráneo al fundamentalismo chií y le dotan de una posición clave para su expansión. ¿O tal vez era eso, precisamente, lo que se pretendía? Para efectuar un análisis medianamente correcto, habría antes que examinar cuál es el auténtico peso que posee Siria –una dictadura tribal–burocrática con tintes socialistas– en su relación con Irán y qué argumento cierto desempeña en todo el asunto de El Líbano. También habría que indagar respecto a lo que esperan algunas democracias occidentales de Siria. Pero todo esto, es materia para otra reflexión.

viernes, 9 de mayo de 2008

LÍBANO, MAYO 2008: LA CRISIS QUE SE VEÍA VENIR


Apenas acaba de estallar el conflicto y, a reserva de un análisis más riguroso, no me resisto a escribir estas líneas sobre una materia que ha sido objeto de mi estudio durante casi un año, desde que en agosto pasado asistí a un curso monográfico sobre la crisis libanesa en El Escorial. ¿Por qué esta prisa? Pues por una sencilla razón: porque era una confrontación que se veía venir y ante la que ciertos analistas españoles –de prestigio mucho mayor y más reconocido que el mío– prefirieron mirar hacia el lado de la voluntariedad esperanzada, a pesar de que nuestro gobierno mantiene un importante contingente de tropas sobre el terreno.
De nuevo, la varita mágica, la solución, se residenciaba en las Naciones Unidas, supremo órgano de la legitimidad internacional. Es lo que se lleva. Por lo tanto, hicieron oídos sordos a la advertencia de que en las áreas donde existen «cinturones de quiebra» –en la terminología de Kohen– o «conflictos de línea de fractura» –según la todavía más rechazado glosario de Huntington– la acción de esta Organización queda muy constreñida por los intereses y las fuerzas –militares, económicas y diplomáticas– de las grandes potencias implicadas, tanto a nivel global como regional. Así es, quiérase o no, porque la ONU no cuenta con órgano de decisión propio y permanece supeditada a la voluntad de «los cinco grandes», los miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Tampoco cuenta con fuerzas de intervención propias, por más que las tenga asignadas de modo permanente, porque la palabra última para su utilización corresponde a los Estados que las proporcionan.
El conflicto civil en El Líbano se veía venir con todas sus consecuencias desde el verano pasado. Se sabía perfectamente que no se conseguiría elegir un nuevo presidente. Hezbollah había ganado la guerra de la propaganda en su enfrentamiento con Israel y había empezado a reforzar sus posiciones en los barrios chiíes de Beirut. La ciudad –donde vive más de la mitad de la población libanesa– empezó a ser un conglomerado controlado por las distintas milicias. El Ejército libanés adquirió un protagonismo que no le correspondía, pues era de sobras conocido que bajo ningún concepto no sólo no iba a enfrentarse a Hezbollah, sino que ni siquiera se atrevería a inquietarle. Se contemplaba como hipótesis más peligrosa el asalto de Hezbollah al poder, sobre la base de su fuerza militar y su aureola de vencedor ante el invasor hebreo.
¿Qué se hizo? Ocupar con tropas de la FPNUL el territorio situado al sur del río Litani. Europa Occidental podía respirar tranquila. Conflicto solucionado. No habría más imágenes desagradables en los noticieros de TV. El único que no se engañó fue Israel. Así lo manifestó Slomo Ben Ami en El Escorial: el colchón de las tropas de Naciones Unidas proporcionaba una inestimable libertad de acción a Hizbollah para concentrar sus fuerzas en el norte, sin miedo a un ataque israelí, a la par que no le privaba de su capacidad de seguir hostigando el norte de Israel gracias a la adquisición de nuevos cohetes de mayor alcance –de origen iraní– que penetraban a través de la frontera con Siria ante la pasividad o la impotencia del gobierno y de las fuerzas armadas libanesas.
Francia esperaba que, con el apoyo internacional, la paz proporcionaría apoyo a la coalición gobernante, conocida como «14 de marzo», prooccidental y, especialmente, pro francesa, que se distanciaría de la tutela de Siria; sin embargo otros países europeos, entre ellos España, dirigieron su diplomacia hacia «el respeto de los legítimos intereses sirios en El Líbano» –palabras prácticamente literales pronunciadas en El Escorial por el Sr. D. Miguel Benzo, embajador español en Beirut–.
Siria desea volver a penetrar en El Líbano porque constituye su campo de batalla, su «tierra de nadie», para prolongar un conflicto con Israel que le permita mantener un liderazgo en el mundo árabe del que carecería por completo sino fuera por ello. Es una muestra maestra de la «Estrategia de aproximación indirecta» preconizada hace medio siglo por Lidell Hart: una constante guerra de guerrillas contra la frontera de su enemigo, a una intensidad lo suficientemente medida para evitar un enfrentamiento directo.
Irán apoya a Siria mediante la acción de Hezbollah. También es una estrategia de aproximación indirecta. Irán y Siria coinciden en muy pocos aspectos, salvo su odio a Israel; pero los iraníes quieren pasar de ser un «pivote geopolítico» en el Próximo Oriente a ser un «actor geoestratégico» de primer orden. Con estos movimientos, ganan posiciones sobre el terreno y se ganan el respeto y la adhesión de una parte de la población, sino árabe, sí musulmana. Teniendo en cuenta la larvada lucha desatada por el control de los recursos petrolíferos de la zona, ¿cabe alguna duda de que cuenta con el apoyo, o cuando menos con una neutralidad benévola, por parte de China y de la Federación rusa?
Israel, observa callado y atento. Sabe que los nuevos cohetes de Hezbollah, lanzados desde la mitad de El Líbano, pueden alcanzar Tel Aviv. ¿A cuánto se atrevería Hezbollah si se hiciese con el control semiabsoluto del país?
Estados Unidos no sólo apoya a Israel por motivos extensos, complejos y, sino del todo conocidos, sí intuidos. Para él, es una nueva jugada sobre el tablero estratégico por parte de Irán.
Como puede observarse, un auténtico «cóctel molotov» a punto de lanzarse en el bajo vientre de la Unión Europea.
Y, estimado lector, si cree que esto no va a afectarnos a los españoles, querría hacerle una consideración, a parte de la previsible subida del precio del crudo como consecuencia más inmediata de la crisis: si debido a una guerra civil libanesa se cierran los puertos y aeropuertos de Beirut, Sidón y Tiro, y habida cuenta de que las relaciones del gobierno español con el israelí no atraviesan precisamente una de sus mejores rachas, ¿cómo se podría abastecer, reforzar o evacuar a las tropas españolas pertenecientes a FPNUL atrapadas al sur del Litani?

HORACIO SANTANDER Y PLANAS
Zaragoza, 8 de mayo de 2008

jueves, 8 de mayo de 2008

EL CASO DEL "PLAYA DE BAKIO"


El lunes 5 de mayo se produjo en el Congreso de los Diputados la interpelación del Partido Popular al Gobierno sobre la actuación en el asunto del pesquero Playa de Bakio. Es lamentable observar cómo la retórica política, el objetivo manifiesto de desgastar al adversario ante la opinión pública, ha prevalecido de nuevo ante la oportunidad de plantear un debate serio y fundado sobre uno de los desafíos más importantes que se plantean en las relaciones internacionales: el incremento de las acciones de crimen organizado ligadas a la implosión de los denominados estados fallidos o desestructurados. Igual de lastimoso que la falta de rigor informativo que los medios de comunicación de masas dedicaron al suceso en los días anteriores.
Como no es un escenario nuevo para los que estamos familiarizados con los problemas de la paz y seguridad internacionales, empezaré analizando el último de los postulados expuestos para luego mostrar cómo los estados, en particular, y la comunidad internacional, en general, disponen de muy poco margen de actuación ante casos similares.
Respecto a los medios informativos, otra vez ha prevalecido el sensacionalismo de la noticia, el aspecto emotivo, centrado en el sufrimiento de las víctimas; unido al empleo de términos jurídicos incorrectos que, si bien serían admisibles en el lenguaje coloquial, en los creadores de opinión únicamente sirven al interés de convertir en atractiva la noticia, sin preocuparse por la confusión que generan y que, unido a las posiciones ideológicas, dan lugar al fenómeno conocido como «desinformación».
Resaltar los aspectos personales de la tragedia de una toma de rehenes, como ya demostró hace una década Hoffman en una inigualable obra sobre el terrorismo –Inside Terrorism, Londres (1998)–, únicamente consigue privar a los gobiernos de la necesaria reflexión y de la suficiente libertad de acción. Pienso que, mutatis mutandis, esto puede ser aplicado a determinados actos criminales como el que nos ocupa.
En cuanto a la distorsión del lenguaje, se ha abusado de los términos «pirata» y «piratería». En el caso del Playa de Bakio, ambos son, no sólo incorrectos, sino completamente falsos. El apresamiento del pesquero fue en el interior de las aguas territoriales de Somalia por unos delincuentes que lo abordaron mediante lanchas. Pues bien, según el artículo 101 de la Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, de 1982 –ratificada por el estado español el 15 de julio de 1997 y por Somalia el 24 de julio de 1989–, constituye un acto de piratería todo acto de violencia, detención y depredación cometido por particulares a bordo de un buque –esto es, un barco que por su tamaño, solidez y fuerza es adecuado para navegaciones o empresas marítimas de importancia– y en alta mar, es decir, en aguas internacionales.
El apresamiento de nuestro pesquero no fue, pues, sino una detención ilegal, un secuestro, un delito común en suma, y como tal, sometido, tanto en lo tocante a la reducción de los culpables como a su enjuiciamiento y sanción, a la jurisdicción del estado somalí. Ningún derecho de persecución y captura por parte de un buque de guerra del estado de los nacionales agredidos surge en este caso, ex artículo 105 de la citada convención.
Y de ahí se puede pasar a la suma de opiniones cuajadas de retórica política sobre las órdenes impartidas a la fragata Méndez Núñez. Sobran; según el derecho internacional vigente, las únicas instrucciones cursadas deberían de consistir en aproximarse al lugar de los hechos, penetrar en aguas territoriales de Somalia, previa autorización de sus órganos gubernamentales competentes y abstenerse de todo uso de la fuerza, salvo que fuera requerida su ayuda por la autoridad territorial o sus agentes. El envío de la fragata sólo podía constituir en una mera manifestación de firmeza ante los secuestradores y en un gesto ante su gobierno. Nada más. Ante la inacción de éste, únicamente cabía la reclamación de responsabilidad internacional, consistente, dadas las circunstancias, en una indemnización por los daños causados y, como mucho más, una satisfacción simbólica.
Posiblemente, a esta altura de la exposición, algún lector esté sonriéndose. ¿Qué acciones podía llevar a efecto el gobierno de Somalia, un estado desgarrado, sin ley ni orden, en manos de señores de la guerra que se hallan en estado de lucha perenne entre ellos y los detentadores del poder? ¿Acaso se debe o se puede solicitar una indemnización a un estado en el cual gran parte de su población sobrevive gracias a la ayuda internacional? Pues bien, ese es el debate que debería haberse planteado en el Congreso. Unido a una reflexión seria sobre qué actitud adoptar ante sucesos futuros, derivados de la desaparición del poder estatal en extensas regiones del globo.
A los partidarios de una solución fácil, el uso de la fuerza, convendría recordarles dos elementos fundamentales: primero, que la vida y la integridad física de los secuestrados debe prevalecer sobre cualquier otra consideración; segundo, que la «intervención por razones de humanidad», el recurso armado para salvaguardar la vida de nacionales atacados en el extranjero, causa legítima según el derecho internacional, sobre la base del estado de necesidad –y muy diferente en su supuesto de hecho como en sus derivaciones jurídicas de figuras como «la intervención de humanidad», la «asistencia humanitaria armada» o la «ayuda humanitaria», expresiones utilizadas de un modo completamente indistinto y frívolo tanto en las esferas políticas como en los medios de información–, requiere, precisamente, la existencia de un riesgo inminente para la vida de los agredidos, lo que no se daba aquí.
Dos posturas parecen haberse perfilado en la sede de nuestros patres conscripti:
La mantenida por el Partido Popular, similar a la adoptada en fechas próximas por el gobierno francés: pagar el rescate para salvaguardar la vida de los rehenes; pero adoptar represalias armadas contra los secuestradores, con objeto, no sólo de salvaguardar el honor nacional, sino a modo de advertencia y disuasión ante actividades futuras. Además de constituir un acto ilícito, es abrazar veladamente la tesis –repudiada a nivel académico en toda Europa; pero muy apreciada en Estados Unidos, especialmente en el Cuerpo de Marines, al que se ha dirigido repetidamente como conferenciante de Robert D. Kaplan: salvo las democracias occidentales, el resto del mundo se hunde en un estado de anarquía global ante el que no sirven las normas jurídicas internacional, sino un «retorno a la antigüedad», es decir, la diplomacia de las cañoneras.
El Partido Socialista, por su parte, se ha decantado por pagar el rescate y recurrir, de modo abstracto, tal como acostumbra, «a lo que se decida en las Naciones Unidas». Que yo sepa, al respecto, en sede de la ONU, lo único que se ha llevado a efecto respecto a esta materia, hasta el momento, ha sido la reunión de Singapur de 1999 y el documento remitido en Nueva York el 7 de mayo de 2001, fruto de las deliberaciones por parte del Comité surgido en la anterior reunión y que desarrolló un «Proceso Consultivo Informal sobre los Océanos y el Derecho del Mar» (UNICPOLOS). En él, al modo, también abstracto y falto de contenido a que nos tiene acostumbrados esta Organización, se recomiendan «la cooperación y coordinador regional y subregional» –imaginémonos que cooperación y coordinación pueden existir entre los estados del Cuerno de África–, «la coordinación y cooperación entre agencias policiales» –íbidem– y la asistencia de las Naciones Unidas para adoptar una legislación necesaria para que los autores de los actos criminales puedan ser castigados. Eso sí, se propone una medida concreta: el apoyo de las Agencias de Seguros Marítimos, se supone que con vistas a asegurar los daños provocados por actos de piratería o de robos a mano armada en el mar. En una palabra: «jugar y perder, pagar y callar». Mientras tanto, según los últimos informes públicos de la Organización Marítima Internacional, referidos al año 2001, durante éste los incidentes de piratería o similares habían ascendido a 471 –2.309 desde 1984 hasta mayo de 2001–: 112 en el Estrecho de Malaca, 140 en el Mar de la China Meridional, 109 en el Océano Índico, 33 en el Oeste de África, 29 en el este de dicho continente y 41 en la zona de Sudamérica y El Caribe. Estas cifras son ascendentes de un año a otro; concretamente las de 2001 suponen un incremento del 52 % respecto a 1999.
Ambas posiciones podrán exponerse muy alto, mas no conducen a nada. La primera, porque, a parte de renunciar a que las relaciones internacionales se rijan por el derecho –retroceso inadmisible en un mundo cada vez más globalizado–, requiere unas capacidades militares y diplomáticas que cabe preguntarse –con fundamentada duda– si nuestro país posee y existe algún gobierno, del signo que sea, con voluntad de proporcionarlas. La segunda porque es de una candidez irresponsable, salvo que se renuncie a pescar o comerciar en las dos terceras partes del planeta, se varíen profundamente los hábitos de consumo o se esté dispuesto a pagar en cualquier caso, repercutiendo el precio del rescate sobre el contribuyente o el consumidor, a modo de «impuesto por riesgo de acciones ilícitas».
¿No habrá una tercera vía que, sin desdoro de las normas jurídicas, proporcione respuestas a excepciones reales y razonables –incluido el uso racional y proporcional de la fuerza cuando sea necesario–, capaces de ser asumidas por un estado civilizado y que pueda provocar la adhesión de una mayoría suficiente de la comunidad internacional? No lo sé; sólo soy un analista aficionado –no cobro por ello– y, aunque busco –modestamente y al igual que otros muchos estudiosos– soluciones, no es a mí a quien corresponde, precisamente, buscarlas y obtenerlas.
Es labor de nuestros políticos y de nuestros poderes públicos el intentar hallarlas, debatirlas, ponerse de acuerdo y actuar en consecuencia; intentar paliar los problemas, en lugar de arrojarse airadamente las vergüenzas al rostro con fines electorales. Y de los medios de comunicación el proporcionar una información veraz, fidedigna y correcta que permita a la ciudadanía percatarse de la realidad de los problemas y juzgar las opciones más eficaces para hacerles frente.


Malleus Dei
Zaragoza, a 8 de mayo de 2008