jueves, 12 de febrero de 2009

LAS TROMPETAS DEL APOCALIPSIS

Hace ya cuatro años que leí la obra de Laurent Artur du Plessis La Tercera Guerra Mundial ha comenzado (Inédita Editores, Barcelona, 2004). Debo confesar que la tesis del autor me pareció exagerada y que relegué el libro al rincón de mi biblioteca destinado a alojar materiales curiosos, aunque poco provechosos para mis investigaciones. Du Plessis desarrollaba el concepto del choque de civilizaciones enunciado por Huntigton, mediante la introducción de un multiplicador de crisis que conduciría al conflicto abierto entre occidente y el mundo árabo–musulmán que, a su vez, arrastraría a los Estados que empezaban a descollar como representantes de otras culturas y como potencias emergentes. Este multiplicador de crisis era una miseria generalizada a nivel global, provocada por un crack económico mundial y la secuela de la penuria subsiguiente.
Si bien existen varios axiomas en la obra de Du Plessis que disto todavía mucho de compartir, sí que he vuelto a releerla con otro espíritu crítico. Los acontecimientos han demostrado que el análisis efectuado en la segunda parte del trabajo era acertado y premonitorio: el desplome económico por sobredosis de crédito, el enfrentamiento entre gobiernos y bancos centrales, y el caos en los mercados financieros. Esto me lleva a preguntarme si el resto de pronósticos que adelantaba no poseen también un elevado grado de certeza: el agotamiento de los productores por parte del Estado en su afán de apuntalar el mercado financiero; la caída generalizada del Estado del Bienestar en todos los países del occidente europeo; graves disturbios sociales; el hundimiento Definitivo del Tercer Mundo en la miseria y la hambruna, con un estallido generalizado de la violencia, especialmente en sus superpobladas macrourbes; el aumento incesante de la rivalidad entre grandes y medianas potencias, no sólo ya por intereses geoestratégicos, sino también geeconómicos (control de mercados y de recursos naturales), y finalmente, la guerra abierta, tanto en el modo convencional como a través de redes globales de terrorismo.
Ya he expresado que disiento en muchos de los aspectos que llevan a Du Plessis a concluir en su conclusión apocalíptica del inmediato futuro que aguarda a la humanidad; sin embargo, como analista de las relaciones internacionales, sí que comparto el temor de Kegley y Raymond (El desafío multipolar, Almuzara, Madrid, 2008) relativo a una polarización extrema de potencias en torno a dos o tres focos de poder, polarización propiciada por factores políticos y económicos que actuasen como factores multiplicadores de crisis. Según estos autores, y debo decir que convengo con ellos, tal situación conlleva un elevado riesgo de terminar en una conflagración armada de grandes dimensiones.
Estoy pensando que esos focos polarizadores pueden ser Estados Unidos, China y Brasil o La India, tal vez Rusia. Todos ellos son ahora potencias importantes. Todos personifican modos distintos de concebir las relaciones económicas y comerciales; todos aspiran a ser modelos de configuración social. Todos ellos son rivales en la disputa de zonas de influencia, suministro de materias primas y fuentes de energía. Es normal que las pequeñas y medianas potencias se aglutinen en torno suyo, bien por afinidad de ideas, bien empujadas por la indigencia. Ante una época de escasez generalizada, son inevitables los roces y las controversias. La penuria, tomada como necesidad suprema, puede empujar a cualquiera por el camino de la guerra.
A ello hay que añadir el peligro de exacerbamiento del fanatismo religioso e ideológico en unas sociedades sacudidas por las privaciones.
Sobre la base de estas reflexiones, por más que trate de alejar de mí el pesimismo, creo, sinceramente, que estamos sentados sobre un barril de pólvora, con la mecha expuesta a cualquier chispa. Y me asombra el adormecimiento o la inconsciencia de mis contemporáneos, especialmente europeos, ciegos porque se desinteresan por completo de estas cuestiones. Me quedo asombrado al ver cómo en los congresos sobre seguridad a los que asisto, algunos convocados por prestigiosas universidades, siempre somos la misma minoría los que asistimos, ante la indiferencia de los medios de comunicación, de la comunidad universitaria en general, de las administraciones y del común de los ciudadanos. Prácticamente somos un puñado de frikees que investigamos, escribimos y nos leemos los unos a los otros, que somos soportados en sede académica porque hay que cubrir el expediente, dado que, como expresó un eximio doctor en Derecho internacional, cuyo nombre no cito: «chaval, estas cosas no son populares, no dan gloria; no vaya Vd. diciéndolas por ahí».
De hecho, hace ya algún tiempo que me he retirado de la investigación y retorno únicamente a ella para atender algún encargo concreto, no excesivamente trabajoso, al que me siento obligado por razones de cortesía. Me he convencido de que, efectivamente, a casi nadie le importa un ardite plantearse estas cuestiones y me he cansado de ser un agorero. Además, lo confieso, deseo vivamente estar equivocado, ser un frikee, un estúpido alarmista; todo, antes que asistir al amargo despertar de la cómoda sociedad que me rodea cuando suenen los tambores de la guerra, las trompetas del Apocalipsis.

Zaragoza, a 12 de febrero de 2009


Txomin de Pastriz