lunes, 15 de septiembre de 2008

LECCIONES DE GEORGIA

El reciente conflicto de Georgia tiene mucha más importancia de la que a simple vista parece: una guerra más en un país lejano y desconocido. De momento, las hostilidades están suspendidas por un frágil alto el fuego sobre cuyo cumplimiento existen discrepancias entre las partes. Ahora mismo se encuentran en el mar Negro diez navíos de la OTAN –entre ellos una fragata española– y se espera la entrada en el mismo, a lo largo del día de hoy, de otros diez (consúltese la web de la agencia de noticias Ria Novosti); es decir, la Flota rusa del mar Negro y la Armada de la Alianza Atlántica se vigilan como en los días más calientes de la guerra fría.
La Federación Rusa controla ahora mismo todo el suministro de gas y petróleo procedente de los oleoductos del Caspio. El presidente ruso, Medvédev, ha declarado que no le importa romper las relaciones con la OTAN y el primer ministro, Vladimir Putin, ha manifestado que a Rusia no le interesa entrar en la Organización Mundial del Comercio; esto es, se adelantan a las posibles sanciones diplomáticas y económicas occidentales amenazando con cortar las rutas de aprovisionamiento de las fuerzas europeas que se encuentran en Afganistán y que pasan por su territorio, amagan con un corte de suministro energético a Europa central y confían en el paraguas de los acuerdos comerciales bilaterales que tienen suscritos hasta el momento.
La acción del gobierno georgiano, basada en la creencia –compartida también por algunas cancillerías y estados mayores occidentales– de que Rusia no intervendría en Osetia del Sur, ha resultado un auténtico fiasco. Sus fuerzas armadas han sido derrotadas y ocupados puntos estratégicos importantes de su país en apenas una semana. Pero eso no es lo peor. Si el presidente Mijail Saakashvili ha actuado de motu propio, ha demostrado el peligro que supone para la Alianza Atlántica y para la Unión Europea establecer vínculos con aliados inestables. Si ha sido una operación militar en la que han intervenido asesores extranjeros –existen más de dos centenares de instructores norteamericanos y un número indeterminado de militares israelíes (vid. en suelo georgiano; una semana antes del desencadenamiento del conflicto, el ejército georgiano llevó a cabo las maniobras militares «Reacción inmediata», dirigidas por el cuartel general de la OTAN en Europa–, entonces se ha demostrado un desprecio suicida del adversario o la falibilidad de las doctrinas tácticas occidentales ante las rusas.
La situación es tan complicada que el presidente francés ha convocado para el 1 de septiembre una reunión extraordinaria de los jefes de gobierno de la Unión Europea. No se esperan resultados espectaculares. La Unión y la Alianza Atlántica se encuentran divididas. Mientras que los estados de Europa occidental optan por la contemporización con los rusos, los estados de Europa central y oriental querrían una acción más contundente. La mitad de los polacos temen una invasión rusa en los próximos años y la Unión lo único que les garantiza, de momento, es la inacción. Sin embargo, la inhibición podría llevar a que de nuevo las repúblicas bálticas y el oriente europeo volvieran a entrar, a medio plazo –llevadas por la dependencia energética y por el temor a la fuerza militar–, bajo la órbita rusa, con la consecuencia inmediata del fraccionamiento de la OTAN y de la Europa Unida.
Por su parte, Rusia ha convocado, para el 28 de septiembre, una reunión de los estados parte de la Organización de Cooperación de Shangai. Seguramente aprovechará para alinear las posiciones de Kazajstán, Kirguizistán, Tayikistán y Uzbekistán, a la par que buscará el apoyo de China. Tampoco es preciso olvidar que Irán –junto con Pakistán, India y Mongolia– asistirá como observador.
Se ha abogado por el multilateralismo en las relaciones internacionales; sin embargo, lo que se perfila es un multipolarismo. Rusia ha optado por empezar a afianzar lo que considera su zona de influencia –«el extranjero próximo»– y no ha dudado en recurrir a la fuerza. Posiblemente, en la reunión de Dusambé se esbocen un reparto de las zonas de influencia de Rusia, China e India en Asia. Ello implica también el papel que le reservarán a Irán: ¿se colmarán sus aspiraciones de pasar de ser un pivote geopolítico a ser un actor geoestratégico?
Georgia es difícilmente defendible. La OTAN se vería obligada a actuar a través de largas y difíciles líneas exteriores, mientras que Rusia opera con la ventaja de poder moverse por líneas interiores próximas. En este aspecto, la jugada rusa, bien preparada –no se mueven, se dirigen y se suministran las tropas correspondientes a un Frente de Ejércitos de modo improvisado– y ejecutada, le ha otorgado una victoria de alcance geoestratégico.
¿Será Europa consciente de sus consecuencias?