domingo, 26 de julio de 2009

LA DEFENSA DE EUROPA

Bajo el título «Europa pierde peso militar», ha aparecido un artículo de Andrea Rizzi en el diario El País, en su edición del 25 de julio, en el que se advierte que, frente al acusado incremento del gasto militar, no sólo en Estados Unidos, sino también por parte de Rusia, como de potencias emergentes, como China y La India, los principales estados europeos han optado, bien por una reducción de sus partidas presupuestarias destinadas a la defensa, bien por un mantenimiento sostenido –el mismo que los últimos diez años– que, progresivamente, va erosionando sus capacidades de respuesta en fuerza.
Advierte el autor que eso puede ser peligroso, pues el panorama internacional no es precisamente halagüeño. Ciertamente, tanto la Unión Europa como sus países miembros a título individual, han optado por una política de influencia basada en el soft power; esto es, la que «brota del poderío económico y comercial, de la seducción cultural, del atractivo de su particular mezcla entre libre mercado y protección social». Ahora bien, siguiendo su argumentación, en el juego de poder mundial, esto puede servirle de bien poco si no dispone de una suficiente capacidad de disuasión.
Sin embargo, existen varias premisas que Rizzi no toma en consideración:
La primera consiste en el hecho incontrovertido de que el territorio europeo ha perdido la importancia geoestratégica que poseyó antaño. El espacio geopolítico se ha desplazado hacia el Pacífico y el Índico. Es Asia, no Europa, el nuevo centro del poder mundial; el escenario donde puede darse una confrontación entre grandes potencias. Europa posee intereses en dicha área; poro no son intereses primordiales como es el caso de Rusia, China, La India o Estados Unidos. Esos intereses secundarios, unidos a la lejanía del espacio geográfico, justifican que los Estados europeos no sientan ningún estímulo para proyectar en la zona poder militar alguno.
Es preciso añadir que el principal interés europeo en Asia se centra en el suministro de combustibles fósiles. Ahora bien, dichas fuentes energéticas son materia de disputa por parte de los principales actores internacionales. Pensemos en el coste que supondría disputar por la fuerza el petróleo y el gas de la cuenca del Caspio y del Próximo Oriente a China, a Rusia y La India. Incluso unidos a Norteamérica, el incremento del gasto militar sería muy superior a la inversión en fuentes alternativas de energía y al desarrollo de una diplomacia que buscase un intercambio compensatorio, incluso si éste es mucho más gravoso para Europa.
Por otra parte, los riesgos de tipo militar a los que se enfrenta el continente europeo no provienen ya de una gran potencia y sus aliados, sino de la desestabilización de los Estados limítrofes del Mediterráneo, del Caúcaso y de África. De ahí provienen la inmigración incontrolada y el terrorismo. Problemas que no se solucionan con el desarrollo de una potente fuerza militar, sino mediante acciones diplomáticas, ayudas al desarrollo y operaciones de prevención y estabilización de conflictos. Europa no necesita divisiones acorazadas, ni una ingente flota aérea, ni una Armada que domine en los océanos. Al contrario, lo que precisa es células civiles de reconstrucción, de fuerzas de orden público adiestradas a actuar los escenarios propios de los Estadios desgarrados y de unidades ligeras de soldados–policías, tal como ha aventurado Mary Kaldor.
Cuestión distinta es si Europa aspirase a convertirse en una potencia política global. Se encuentran analistas, entre los que destaca Parag Khanna, que profetizan el ascenso de la Unión Europea al papel de potencia desafiante de Estados Unidos; éste último preconiza que las tres grandes potencias del presente siglo serán China, Europa y Estados Unidos. Es indudable que la Unión Europea es una potencia económica de primer orden; sin embargo ¿quieren ser los europeos un poder emergente de tipo político–militar? Seguramente, no. Primeramente, sería necesaria una reestructuración de las instituciones de la Unión y una cesión de la soberanía por parte de los Estados de tal magnitud que muy pocos se encuentran dispuestos a llevarlas a cabo. Como ha subrayado Galtung, la atracción principal de Europa para sus miembros es constituir una laxa confederación atípica, en la que cada uno se siente cómodo al compaginar la política de la Unión con su política nacional. En segundo lugar, un fuerte incremento del gasto militar acarrearía una disminución proporcional de las partidas de gasto social. Y el estado del bienestar es uno de los activos fundamentales de Europa, tanto de cara a sus ciudadanos como para sus vecinos. Además, Europa como potencia militar está conminada a un enfrentamiento con la Federación Rusa en áreas próximas y fundamentales para ambas. ¿Desean los europeos volver a la guerra fría?
Una Unión Europea que huya de aventuras arriesgadas en su política exterior, que se centre en la estabilidad allende sus fronteras a las zonas ceñidas a sus intereses primordiales, una Europa que, tal como sucede en la actualidad, se limite a un papel de mediador en los conflictos –especialmente a los que a no tardar mucho surgirán entre las grandes potencias–, que mida con celoso cuidado su presencia en las regiones disputadas y que oriente su fuerza armada a la prevención y resolución de conflagraciones armadas entre terceros, especialmente aquéllos que afectan a su seguridad interior; esa Europa que es la que la mayoría de los europeos desean, precisará dedicar mayores recursos a la ayuda y cooperación exterior, pero respecto a sus fuerzas armadas, no sólo le bastan las que ya posee, sino que le sobran.

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